miércoles, 20 de junio de 2018

HEHAKA SAPA UN FAMOSO WICHASHA WAKAN (Hombre Medicina)


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Hay amigos que desaparecen para siempre y otros que vuelven, inesperadamente. Al hombre santo sioux Alce Negro (1863-1950), primo segundo de Caballo Loco y que estuvo en fregados como Little Bighorn y Wounded Knee (y luego en el show de Búfalo Bill), le conocí cuando estudiaba primero de Ciencias de la Información –yo: en las praderas no se cursaban estudios superiores reglados-. Lo hice a través de uno de esos libros inolvidables (como Enterrad mi corazón en Wounded Knee, La pipa sagrada y la novela Hanta-Yo) que en los setentas cambiaron definitivamente nuestra mirada sobre los mal llamados indios y pieles rojas, los nativos norteamericanos, que pasaron de ser los malos del Fuerte Comansi a una gente fascinante, aunque no dejaran de arrancarte la cabellera si se terciaba. Los últimos sioux, publicado por Noguer en 1974 en su colección Testimonio vivo, eran las memorias de ese respetadísimo miembro de los oglala, una de las siete sub tribus de los lakota, que prefieren este nombre que el de sioux, lo cual se entiende pues “sioux” era el término despreciativo que usaban con ellos los ojibwa o chippewa y significa “serpientes”.

El apasionante relato de la vida de Alce Negro, incluidos cantos y con la intervención, para contextualizar algunos episodios, de otros veteranos de las guerras indias como Trueno de Fuego y el notable Oso Erecto (referido a su posición: la traducción literal de los nombres nativos da lugar a confusiones semánticas), lo recogió esforzadamente, pues los oglala son de conversación lenta y con rodeos, John G. Neihardt (1881-1973), un apasionado de las culturas indígenas y etnógrafo amateur que vivió él mismo en las praderas.
Neihardt, que fue el primer poeta laureado de Nebraska, tenía un ramalazo místico y se hizo luego llamar Arco Iris Llameante (por una visión de su entrevistado), se fue a ver a Alce Negro en 1930 a la reserva de Pine Ridge y consiguió intimar con él, que estaba ya muy mayor y casi ciego, al interesarse por la sabiduría espiritual que atesoraba. Publicó el resultado de las conversaciones, realizadas mediante el intérprete Halcón Volador, en 1932 como Black Elk speaks, Alce Negro habla, que es el título original que ahora recupera en una cuidadísima edición Capitán Swing con nueva traducción (Héctor Arnau), bastante material añadido en forma de prefacios y distintos apéndices, multitud de notas (revólver en lakota es mazawakha, “hierro sagrado”), así como numeroso material gráfico, incluidas fotos poco conocidas . A destacar una en la que se ve al propio Neihardt, con un aire a lo Gustav Mahler, junto a Alce Negro, con lo cual ya le podemos poner cara al biógrafo.El propio Alce Negro aparece ahora en la portada en full regalia, con taparrabos y plumas.


Las memorias de Alce Negro, muy sustanciosas, arrancan con sus recuerdos de niñez y acaban poco después de la masacre de Wounded Knee cuando la lucha contra los blancos, tras aquel desastre, se revela ya imposible y absurda. “Algo más pereció en el barro ensangrentado y quedó enterrado durante la ventisca”, dice el viejo oglala de la matanza, en la que cayeron el jefe Pie Grande y buena parte de su banda de minneconjous, incluidos muchos ancianos, mujeres y niños. ”Allí murió el sueño de un pueblo. Era un sueño bello (...) Ya no hay centro alguno y el árbol sagrado ha muerto”.
Buena parte del libro está consagrado –esa es la palabra- a las revelaciones espirituales de Alce Negro, sus espectaculares visiones y su íntimo conocimiento de Wakan Tanka, el Gran Misterio. Pero también explica las costumbres de los lakota y sigue pormenorizadamente la historia del pueblo y de sus enfrentamientos con otras tribus y con los blancos. Es sensacional el retrato de primera mano que se ofrece de Caballo Loco, un guerrero único, pequeño, esbelto y ascético, que, cuenta Alce Negro, parecía flotar entre el mundo real y el de sus propios sueños y al cuál le duraban poco los corceles, pues se derrumbaban bajo el peso del poder de su magia.
Un capítulo está dedicado a la muerte de Pahuska, Pelo Largo, Custer, y la batalla del río Hierba Grasa ( Little Bighorn). Alce Negro era jovencito, 14 años, pero remató a un soldado de un disparo de su seis tiros entre los ojos después de sufrir (y no digamos el soldado) para arrancarle la cabellera, pues “llevaba el pelo corto” y “el cuchillo no estaba afilado”. Eran tiempos duros. A otro soldado, moribundo, lo despachó de un flechazo en la frente. El entusiasmo por la victoria no le impidió reconocer que el campo de batalla “no olía más que a sangre, y sentí náuseas”. La muerte luego a traición de Caballo Loco y su entierro, a cargo de sus padres, en paraje desconocido, la huida a Canadá con la banda de Toro Sentado, y la conversión del joven en un respetado hombre sabio y sanador, son otros episodios del libro.
A los 23 años, Alce Negro, que quería ver mundo y observar cómo vivían los blancos, se enroló en la troupe de Búfalo Bill y viajó a Nueva York y Londres, donde conoció a la Reina Victoria. Tras una larga gira regresó a casa y se involucró en el movimiento místico de Wovoka, el religioso paiute que creó la milenarista Danza de los Espíritus y sus inútiles (contra las balas) camisas mágicas. Luego nuestro hombre fue él mismo decisivo en la recuperación de las tradiciones de su pueblo y de la Danza del Sol, con cierto sentido práctico que no excluía a los turistas. Murió en 1950 en un mundo radicalmente distinto de aquel en el que había nacido. Pero ahora vuelve a hablar, y es emocionante y hermoso volver a escucharlo. ¡Hetchetu aloh!, que así sea.


Jacinto Antón


El investigador norteamericano Joseph Epes Brown conoció a Hehaka Sapa (Alce Negro), un anciano sabio indio de la tribu sioux lakota, en 1948, poco después de terminar su licenciatura. A lo largo de todo un año convivió con él y su familia en la reserva de Pine Ridge, Dakota del Sur, con la intención de aprender de primera mano las costumbres, creencias y tradiciones de los indios de las praderas. Desde aquella experiencia la comprensión, conservación y transmisión de esa tradición ancestral se convirtió en el centro de su vida.

En los siguientes párrafos  hacemos un apretado resumen y comentamos el contenido de una de sus más célebres obras, “El Legado espiritual del Indio americano”, donde narra su experiencia al lado de Alce Negro. (1)

El autor dice al comienzo de su libro:

 “A lo largo de ese año, Alce Negro y su gran amigo Pequeño Guerrero me hablaron sin reservas de su religión y me proporcionaron las claves para comprender el significado espiritual que subyace a las formas de sus ritos y símbolos. Esta nueva comprensión me hizo ver por qué estos ancianos y otros hombres de su pueblo, manifestaban en su ser y en todos sus actos una nobleza, una serenidad, una generosidad, una concentración y una bondad que normalmente asociamos con los santos de otras religiones más conocidas”.

Alce negro Rememorando su primer encuentro con el viejo piel roja, J. E. Brown comenta:

“Le recuerdo muy bien, sentado sobre su vieja piel de oveja, enfermo y con un aspecto que daba lástima, con sus ojos casi del todo ciegos que miraban fijamente más allá de lo que le rodeaba. Permanecí sentado a su lado durante un tiempo y, todavía en silencio, le ofrecí una pipa llena de tabaco y kinnikinnik en la forma en que me habían enseñado a hacerlo ancianos de otras tribus. Fumamos en silencio hasta que por fin, con una voz dulce y bondadosa, habló en lakota. Su hijo traducía sus palabras. Me sorprendió al decirme que había previsto mi llegada, que estaba contento de que me hallara a su lado y preguntó si me quedaría con él, pues había muchas cosas que le gustaría decirme antes de que, como él dijo, ‘pasara de este mundo de oscuridad al otro mundo real de la luz'”.

J. E. Brown hablaba todos los día durante varias horas con Alce Negro, hasta que parecía que “caía un velo de silencio”, tras el que podía intuirse como el viejo indio se sumergía en aquellas profundas realidades de las que había estado hablando.

“La mayor parte de lo que aprendí de Alce Negro – anota el escritor- no estaba en lo que dijo, con todo y ser tan valioso, sino en su propio ser, que parecía cernerse entre este mundo de formas y el otro mundo del espíritu… En todo  aquello en lo que él estaba irradiaba una atmósfera que le hacía sentirse a uno en presencia de un hombre santo”.

Brown reconoce que este halo de integridad se percibía también en otros ancianos sioux, aunque en el caso de Alce Negro se sumaba “algo” que le situaba en una dimensión aparte de la generalidad de su pueblo. Según pudo saber el investigador, ya a muy temprana edad Alce Negro había tenido diversas visiones con una frecuencia e intensidad fuera de lo común.

“Desde entonces – precisa – vivió con un solo objetivo: el de ayudar a su pueblo devolviendo a la vida el “árbol florido” de su herencia espiritual”.

 “Bajo el amparo e inspiración de la mayoría de las grandes religiones del mundo, el ser humano ha edificado centros dedicados al culto en forma de catedrales, iglesias o templos. Demostrando una psicología bien diferente “el templo indio era – como destaca el investigador – el propio mundo de la naturaleza, y dentro de este santuario mostraba un gran respeto hacia toda forma, función y poder”.

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“La concepción unitaria y sagrada de y hacia todas las formas presentes en la Naturaleza, no es exclusiva de los pueblos indios de norteamérica “pero lo que es casi único -dice Brown – en la actitud del indio es el hecho de que esta veneración hacia la naturaleza y hacia la vida es un aspecto central de su religión”.

 Más adelante Joseph Epes Brown explica:

 “En mis primeros contactos con Alce Negro casi todo lo que dijo estaba expresado en términos relativos a los animales y a los fenómenos naturales. Yo deseaba ingenuamente que empezara a hablar sobre cuestiones religiosas, hasta que por fin me di cuenta de que, de hecho, él estaba explicando su religión. Los valores que yo buscaba habían de encontrarse precisamente en sus historias y relatos del bisonte, el águila, los árboles, las flores, las montañas y los vientos”.

 “En los bellísimos mitos de la creación de los indios de las praderas – continúa Brown – los animales fueron creados antes que el hombre, por lo que en su anterioridad y origen divino tienen una cierta proximidad con el Gran Espíritu (Wakan-Tanka en la lengua de los sioux). Son intermediarios o vínculos entre el hombre y Dios. Esto explica no sólo por qué las súplicas religiosas pueden dirigirse a través de los animales, sino que también nos ayuda a entender por qué el contacto con, o de, el Gran Espíritu llega al indio casi exclusivamente a través de visiones que incluyen formas naturales como las de los animales o de otro tipo. Este tipo de iniciación y poder espiritual (Wochangi) lo recibió Alce Negro de visiones en las que aparecían el águila, el bisonte, los seres del trueno y los caballos”.

Teniendo en cuenta que el lector de su obra podría fácilmente extraer una falsa conclusión, el investigador norteamericano se adelanta a ese posible pensamiento y dice:

“Aunque estas formas naturales puedan reflejar aspectos del Gran Espíritu, y en definitiva no pueden ser distintas de Él, no son, sin embargo, identificadas con Él, que no tiene “partes”. El indio, por lo tanto, no puede ser calificado de panteísta…

Alce Negro daba forma a este misterio con frases como las siguientes:

“Consideramos a todos los seres creados como algo sagrado e importante, pues todo tiene un Wochangi, o influjo, que puede sernos comunicado y mediante el cual podemos obtener un poco más de comprensión si estamos atentos”.

 “Debemos comprender bien que todas las cosas son obra del Gran Espíritu. Debemos saber que Él está en toda cosa: en los árboles, las hierbas, los ríos, las montañas, y todos los cuadrúpedos y los pueblos alados; y, lo que es aún más importante, debemos comprender que él está también más allá de todas estas cosas y de todos estos seres”.

En cuanto a la concepción que tienen los sabios indios del papel del ser humano en el escenario de la Creación, Brown lo explica de este modo:

“Aunque el hombre fue la última criatura en ser creada, él es también el “eje” y, de ese modo, es en cierto sentido el primero. Pues si bien cada animal refleja aspectos particulares del Gran Espíritu, el hombre, por el contrario, puede incluir dentro de sí todos los aspectos. Él es, por consiguiente, una totalidad, lleva el Universo dentro de sí mismo y, gracias a su Intelecto, tiene la capacidad potencial de vivir en una conciencia continua de esa realidad”.

ALCE NEGRO 2“La paz – enseñaba Alce Negro – entra en las almas de los hombres cuando ellos se dan cuenta de su relación, su unidad, con el universo y todos sus poderes, y cuando se dan cuenta que en el centro del Universo mora Wakan-Tanka y que este centro está realmente en todas partes, está dentro de cada uno de nosotros”.

Pero esto no se consigue por simple voluntarismo, pues requiere una adecuada actitud. En este sentido J. E. Brown declara:

“El indio cree que este conocimiento no puede obtenerse a menos de que exista una perfecta humildad, a menos de que el hombre se humille ante la creación entera… Sólo siendo nada – continua – puede llegar el hombre a ser todo, y sólo entonces toma conciencia de su hermandad esencial con todas las formas de vida”.

Abundando en las anteriores consideraciones, el investigador norteamericano ofrece una explicación cuyo final contiene una velada advertencia que parece cobrar cuerpo precisamente en nuestros días, donde se manifiestan tantas aparentes “irregularidades” en el discurrir de los ciclos naturales:

 “A causa de la totalidad y centralidad del hombre verdadero, éste tiene la función casi divina de ser el guardián del mundo de la naturaleza. Cuando este papel es olvidado o mal empleado corre el peligro de que la naturaleza le muestre finalmente quién es en realidad el conquistador y quién el conquistado”.

Más adelante Brown apunta:

 “El notable desarrollo espiritual que se encuentra entre muchos de los indios de las praderas deriva no sólo de su estrecho contacto con la naturaleza, sino también de su participación rigurosa en una multitud de ritos y símbolos de origen sobrenatural… Gracias a hombres como Alce Negro, Pequeño Guerrero, Oso Erecto, Ohiyesa y otros, podemos comprender la sabiduría de sus ritos y sus fórmulas culturales”.

APARICIÓN INDIOS

“Sabemos – añade – del poder sagrado que recibieron individualmente cuando hicieron sus retiros religiosos (hanblecheyapi), solos en la cumbre de altas montañas, sin comer ni beber durante cuatro días o más, y orando continuamente para que el Gran Espíritu les escuchase y, compadecido, les mandase a uno de Sus mensajeros en una visión. Esta visión daba al indio un poder sagrado o un mensaje, que él convertía en algo central para su vida y que a menudo determinaba cuál había de ser su nombre”.

Con el retiro solitario en la Naturaleza el indio pretendía sobre todo una “renovación espiritual”. En el aspecto colectivo, con ritos como los de la anual “Danza del Sol” (Wiwanyag Wachipi), de cuatro días de duración y que tiene lugar durante la primavera, era la tribu en su totalidad la que se reunía para asegurar la renovación no sólo de cada participante, sino de la tribu, del mundo y del Universo.

Según los indios “todo verdadero progreso espiritual comprende tres etapas cada una de las cuales se realiza sucesivamente y luego es integrada en la etapa siguiente, de modo que fundamentalmente son una sola en la persona que alcanza la meta final. Esta etapas son: 1º) La Purificación; 2ª) La Perfección o Expansión, y 3ª) La Unión.

Sobre esto nos dice finalmente J. E. Brown:

“Si la unión con la Verdad es la meta definitiva de todas las disciplinas espirituales, entonces es evidente que lo que es impuro no puede unirse a lo que es purísimo. De ahí la necesidad de la primera etapa de purificación. A continuación debe venir la expansión, porque sólo lo que es perfecto, total o completo puede unirse con la absoluta perfección… El hombre -añade- debe dejar de ser una parte, un fragmento imperfecto; debe tomar una conciencia tal de lo que realmente es que se expanda hasta incluir el Universo dentro de sí mismo. Sólo entonces, cuando estas dos condiciones de purificación y expansión se hayan realizado, puede el hombre alcanzar la etapa final de la Unión”.

chamana india

Quiero acabar este artículo con la IMPRESIONANTE invocación de Alce Negro de la que fue testigo Joseph Epes Brown:

“Era un día luminoso y despejado. El cielo, llegados ya a la cima, estaba raso. Se sufría una de las peores sequías que recordaban los hombres más ancianos. El cielo siguió claro hasta el término de la ceremonia… Después de arreglarse y pintarse como en su gran visión, Alce Negro se encaró con el Oeste, manteniendo la pipa delante de él con la mano derecha. Alzó luego la voz, una voz débil, patética, perdida en el vasto espacio que nos circundaba:

-Gran Espíritu, contémplame una vez más en la tierra e inclínate para oír mi tenue voz… El camino bueno y el camino de las dificultades dispusiste de manera que se atravesasen; y es sagrado el lugar en que se cruzan. Me dijiste, cuando era joven y podía alimentar esperanzas, que en las pruebas te enviase una voz cuatro veces, una por cada una de las regiones de la tierra, porque me escucharías… Me concediste el poder de dar vida y el de destruir. Me concediste la facultad de purificar y curar. Me llevaste al centro del mundo. En el centro de este aro aseveraste que yo haría florecer el árbol… Con lágrimas en los ojos he de decir que el árbol jamás floreció. Heme aquí, siendo un viejo despreciable; he fracasado, nada conseguí… Una vez más, acaso la última, rememoro la gran visión que me enviaste. Tal vez viva aún una raícilla del árbol sagrado. Nútrela si así fuese. ¡Atiéndeme a fin de que mi gente logre entrar de nuevo… Y halle el buen camino rojo…!-

Quienes escuchábamos, advertimos que finas nubes se habían ido acumulando sobre nosotros. Empezó a caer lluvia, menuda y fría y resonó sordo, murmurante, un trueno sin relámpagos. Con el rostro arrasado de lágrimas, el anciano esforzó su voz hasta transformarla en una quejumbre a la vez aguda y quebradiza, y cantó: “¡Haced que mi pueblo viva!”

Joshep Epes Brown concluye así:

“El anciano estuvo callado durante varios minutos, con la faz alzada, llorando bajo la llovizna. Y poco después el firmamento se aclaró”.

Nadie que tenga un mínimo de sensibilidad puede quedar impasible ante las profundas palabras, la sabiduría y el sentido de unidad del jefe Alce Negro. ¡Ojalá todos aprendiésemos de ellas!.

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣
1) José J. Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 1991. Traducido por Esteve Ferrer. Impreso por Libergraf, Barcelona. Colección: Ediciones de la Tradición Unánime.
NOTA: Para mayor información leer las obras “The Sacred Pipe” (La Pipa Sagrada), de Joseph Epes Brown, publicada en español por la Ed. Taurus, Madrid, 1980. Colección: Biblioteca de Estudios Tradicionales, nº 3, y “Black Elk Speaks” (Alce Negro Habla), de John Neihardt, editada en español por José J. de Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 1991, impreso por Libergraf, Barcelona. Colección: Ediciones de la Tradición Unánime.

 Por: Óscar García

 





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