El kanji “samurai”
significa en su origen aquel que sirve a los
nobles, sin embargo en Japón adquirió también el
significado de una persona que practica las artes de la guerra. Si descomponemos el kanji o ideograma veremos como hay un
hombre al lado de un templo. El samurai sirve siempre a alguien y
a la vez está lleno de espiritualidad en su conducta. Por otro lado, el
nihontô o sable japonés está íntimamente ligado al samurai, llegando a
decirse que representa su propia alma. Por tanto, si queremos saber lo que es
un samurai tenemos que definirlo a través del sable.
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En
la transición de la época Edo a la época Meiji se vivieron en
Japón una serie de acontecimientos que lo convulsionaron social y
políticamente. La amenaza colonizadora por parte de las potencias extranjeras
hizo que muchos de los valores y tradiciones mantenidas hasta entonces fueran
cuestionadas. Las escuelas de kenjutsu, como la famosa Hokushin Ittôryu, con
Chiba Sadakichi a la cabeza en aquel momento, tuvieron que plantearse un
dilema hasta entonces impensable. La utilidad del sable frente a los cañones
y armas avanzadas de los ijin (así se llamaba a los extranjeros en
aquella época), se veía cuestionada por los hechos y era necesario crear
un ejército adaptado a los tiempos, así como una flota propia para su
autodefensa.
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En ese panorama de tensiones internas y lucha de ideas aparecieron personajes como Takechi Hanpeita y sus seguidores, del clan de Tosa, cuyo lema no era otro que “matar a los extranjeros”, mientras que los más avanzados, como el famoso Sakamoto Ryôma, dedicaron su vida a conseguir que Japón se adaptara a las circunstancias sin perder su identidad, es decir, manteniendo el alma del samurai mediante la práctica del Kenjutsu.
Sakamoto Ryôma, quien incluso llevaba botas al estilo occidental, pudo cuestionarse según algunas teorías la utilidad del hokushin ittoryu, pero finalmente comprendió que la práctica de dicho estilo era mucho más que un arma “física”, era lo que mucho antes Shimada Toranosuke había formulado en la expresión kenshin itchi, unión de sable y espíritu. Como dijera el famoso kengô (gran espadachín), “el sable es el espíritu, si tu espíritu no es correcto, tu sable no será correcto, si quieres aprender el camino del sable, primero deberás aprender su espíritu”.
En efecto, la antigua utilidad del kenjutsu en el periodo sobre todo de sengoku jidai, enfocado a la finalidad de matar al adversario, debería dar paso a la concepción del mismo como katsunintô, o sable que hace vivir al hombre, y no un mero instrumento de muerte.
Ese hilo conductor de un espíritu renovador del hombre hizo que el sable, por influencia del Bushidô y de las tres filosofías que lo inspiran en palabras de Nitobe Inazô (budismo, shintoismo y confucionismo) pasara de ser una simple arma, a convertirse en un método de conocimiento, un camino, un arte formador de voluntades y educador de hombres (bunbu ryôdô – ambos caminos, conocimiento y fuerza del guerrero).
La
prohibición en 1872 de portar katana desató el declive
del kenjutsu como arte “necesario” y lo condujo a otra esfera más “espiritual”
entroncada directamente con la formación del carácter no solo de la policía o
el ejército sino de los propios niños en las escuelas y de los jóvenes en las
universidades. El Japón moderno es heredero del samurai y de sus valores en
cuanto a su moral social a través del Budô y muy significativamente a través
del Kendô, como camino enfocado
a manejar no solo un sable sino la propia alma.
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Así,
las reglas antiguas sobre butoku o moral del guerrero quedaron intactas con
el transcurso del tiempo y no sucumbieron a la transformación externa de las
normas convencionales. Se pasó del haori hakama al traje de chaqueta, pero
por dentro el pueblo japonés recibió la herencia samurai con independencia de
la clase social a la que se perteneciera. Ya no había clanes, ni clases, ni
privilegios por el nacimiento, pero cualquier persona podía practicar Kendô y lo que es más
importante, la propia educación samurai se extendió al resto de los
japoneses.
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Desde
que Sakakibara Kenkichi creara el gekiken kai, o asociación para la expansión
de los espectáculos públicos de Kendô hasta nuestros días, millones de
japoneses han practicado el arte del sable con un objetivo: emular el
espíritu de sus antepasados y cultivar el butoku en la vida moderna.
Un ejemplo del samurai moderno lo tenemos en el seppuku. El seppuku no era
solo un ritual donde alguien se cortaba el hara y se le aplicaba el kaishaku,
sino un reconocimiento de la propia culpa y un honor concedido a unos pocos
privilegiados. Diríamos hoy en día, una forma un poco salvaje de dimitir. Un
seguidor de Takechi Hampeita fue dignado en cierta ocasión con tal honor por
intentar vender un reloj de un comerciante que se le había caído en mitad de
la calle al asustarle mientras iba con unos amigos.
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Tal
comportamiento impropio le fue “premiado” por su clan con la orden de hacerse
seppuku, aunque en este caso finalmente aquel samurai huyó y se convirtió en
el primer sacerdote ortodoxo de Japón. Pero esto es otra historia. El seppuku
sigue existiendo en Japón hoy en día, en esas ruedas de prensa en las que
directivos de empresas o políticos dimiten por cualquier pequeño escándalo
que aquí consideraríamos una “tontería de nada”, inclinándose hasta la
rodilla y pidiendo perdón desaforadamente.
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Y ahora,
damos el paso a occidente. Muchos practican Budô o dicen que practican Budô, pero me pregunto si en su práctica integran solo
movimientos o también buscan actitudes. Si solo buscan movimientos
está claro que no dejan de ser simplemente deportistas.
Recuerdo
que estando en Japón en una ocasión, un
famoso político, presidente de un gobierno de un país que no viene al caso
fue muy criticado porque decía que era practicante de Judo, pero sin embargo
su comportamiento era completamente impropio de un budoka.
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Actitudes
tales como la falta de respeto hacia los demás, la prepotencia, la
competitividad propia del deporte, la violencia, el exceso verbal y ese tipo de conductas, chocan frontalmente con lo que era
un samurai ejemplar.La fidelidad a tu maestro y a tu escuela, y por extensión
a tus mayores en cualquier rama de la vida, la humildad, la gratitud
constante con todos los que te rodean y la inquebrantable fuerza de voluntad
para seguir un camino es lo que hace que hoy en día, tanto en Japón como en
el resto del mundo se pueda decir que siguen existiendo samurais “modernos”,
personas que por encima de todo saben servir a los demás.
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Aquí los
occidentales tenemos un pequeño obstáculo, nuestra diferencia cultural. Lo
primero que necesitamos para practicar Budô es entenderlo. Cuando uno se
mueve en la sociedad japonesa se da cuenta de que todo es cortesía, todo es
amabilidad, todo es responsabilidad por los propios actos. Tal como explicaba
Nitobe a su amigo el jurista belga en aquel famoso paseo, los japoneses no
necesitan enseñar moral o religión a sus niños en los colegios, porque ya
tienen una moral, tienen el Bushidô, y es la propia sociedad la que lo
revive, no necesita ser enseñada, está viva.
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El
shintoismo deifica a
aquellos hombres que por su extraordinaria dedicación consiguen la maestría
absoluta de cualquier arte o ciencia, el budismo Zen es práctica, no
pensamiento, y el respeto hacia los mayores del confucionismo cierra
el círculo de este gran sistema moral entroncado en su base con el Budo. Esa
tradición nos es ajena en cuanto nacidos en otra sociedad totalmente distinta,
y si queremos aprender algo sobre ella y practicarla llamándonos budokas,
primero deberemos vaciar nuestra taza y dejar de medir las cosas por nuestros
parámetros.
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En tango
no sekku, la fiesta de los niños en Japón, se coloca un kabuto para
recordarles precisamente de donde vienen, para que no se olviden de que sus
antepasados eran guerreros, luchaban y morían por honor, por fidelidad a la
sociedad a la que servían. Los samurais participaban en la guerra a edades
bien tempranas. Era lo que denominaban uijin, o primera batalla. Oda
Nobunaga, por ejemplo, participó a la edad de 13 años en la guerra civil
de Echigo, en 1543. Este es solo un ejemplo de cómo han evolucionado las
costumbres y como es inseparable el Budo de la propia cultura japonesa. Por
eso mismo, es imposible acercarse a su práctica correcta sin conocer dicha
cultura con cierta profundidad.
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A menudo muchos maestros se sorprenden de que nosotros occidentales busquemos
el espíritu del samurai para nuestras vidas, por lo que supone de esfuerzo
añadido y de ruptura parcial con nuestra cultura materna. Venimos de un país
lejano y extraño, aprendemos su lengua, nos adaptamos a su forma de entender
las cosas y solamente así conseguimos acercarnos a lo realmente importante,
no los movimientos, no las técnicas, sino el espíritu.
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Me decía un maestro en cierta ocasión que no parecía
español, que mi mente era más japonesa que española. Yo creo que no es
necesario cambiar de nacionalidad para practicar Budô, pero existe un “algo” inmaterial que solo desde la
cultura japonesa se puede aprender correctamente. Algo que nació en Japón pero
que es como una medicina para el alma de cualquier ser humano de cualquier
nacionalidad. Ese algo, ese espíritu, es lo que hizo que los japoneses lucharan
unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial y consiguieran su “milagro económico”. Ese algo, ese
espíritu es lo que merece la pena extender por el mundo, es lo que deberíamos
enseñar a nuestros niños en los colegios, es lo que deberíamos tomar prestado
de ellos para tener una sociedad más justa, más disciplinada, más armónica, más
unida. El samurai moderno es un luchador incansable por la paz y la prosperidad
de la sociedad donde vive. La práctica del Kendô o de cualquier otro arte
antiguo le cambia por dentro y le educa para ayudar a construir un lugar donde
merezca la pena vivir. Esta idea es la que expresa el maestro Chiba Masashi con
la frase Ikken Kôkoku (Sirve a la prosperidad de tu
país a través del sable).
Que bueno sería que entre todos los que conocemos un poco
el Budo pudiéramos extender su espíritu entre nuestros compatriotas y hacer
que en un lugar muy lejano de donde nació el mismo se formaran personas con
ese espíritu de servicio y dedicación admirable como eran los samuráis.
Cuantos obstáculos hay para ello en el deficiente sistema educativo que nos
ha tocado padecer y en una sociedad dominada por el deporte espectáculo y la
pérdida absoluta de valores.
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Quizás
seamos pocos los que creamos en esto, pero mientras estemos juntos tendremos
la fuerza suficiente para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no
olviden que existe una forma de vida diferente. Puede
que los samuráis ya no existan, pero lo mejor de su espíritu nunca murió con
ellos, pervive en cada uno de los actos de un budoka.
José Antonio Martínez-Oliva
Puerta
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